Moscas en el cristal by Josa Fructuoso

autor:Josa Fructuoso [Fructuoso, Josa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: narrativa lésbica
editor: Egales
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00

Mientras que la manipulación de Paul por parte de la abuela Jacqueline era, en parte, respetuosa al estar arropada por la devoción rayana en la veneración que esta le profesaba, la que practicaba con Françoise era de una crueldad manifiesta. De algún modo, se vengaba de ella por ser mujer y tal vez por alguna otra razón que nunca se supo y sobre la que también cada cual podía hacer especulaciones más o menos acertadas, aunque nunca confesables —porque no podía aceptarse sin sobresalto el sutil ensañamiento que la abuela ejercía a lo largo de los años hacia su hija ni podía justificarse simplemente en su odio general hacia las mujeres—. Debía de haber algo más. Y ese algo más no podía dejar de enlazarse con la cadena de amores y odios que la abuela y el abuelo, cada uno a su manera, desplegaban entre sus allegados, la cual giraba en torno a un doble eje: de una lado, la apasionada devoción de la abuela y el rechazo latente del abuelo hacia Paul; de otro lado, el odio de la abuela y la atención amorosa del abuelo hacia Françoise. En definitiva, si a esa extraña combinación de afectos y desafectos se sumaban las insinuaciones, que eran acusaciones nunca formuladas de manera explícita, por parte de uno y de otra, podían extraerse conclusiones arriesgadas en las que nadie se atrevió a pensar abiertamente.

En los momentos más tortuosos de la relación en la larga historia del matrimonio Aubert, momentos que ellos no hacían el menor esfuerzo por ocultar a los demás, podía, a modo de explicación, imaginarse una infidelidad por parte de la abuela que habría tenido como consecuencia la llegada de Paul a este mundo, y del mismo modo podía elucubrarse sobre una posible violación de la abuela por parte de un marido que, sintiéndose traicionado y menospreciado en un momento de ofuscación por la rabia acumulada y desatada por los efectos del alcohol, con el que a veces intentaba alegrar su amarga soledad, hubiera abusado de su hombría ultrajada, con toda la fuerza de su impotencia, sobre la mujer, al fin y por una vez vencida. Si aquello ocurrió y Françoise fue el resultado de una violación, el exilio fáctico en el que vivía el abuelo y su aceptación del mismo, sus celos extravagantes, así como el odio de la abuela hacia su hija, quedarían explicados. Pero nadie nunca se atrevió a llegar tan lejos en sus suposiciones. O tal vez sí. Tal vez Françoise sí se atrevió aunque no pudiera admitirlo porque no habría soportado la culpa, inevitable, compartida, que habría caído sobre ella desde el agravio sufrido por su madre ni la condena, también inevitable y compartida, hacia el acto repugnante cometido por el hombre que era su padre. Su propia existencia, delatada como una existencia no querida, no deseada por nadie, fruto de un acto brutal, habría constituido la denuncia permanente de un momento de horror que, a través de su presencia, quedaba convertido en el recuerdo imborrable de aquello que nunca debería haber ocurrido, de aquello que debía ser olvidado.

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